Para alcanzar la pura experiencia del Ser, que llamamos Dios, es preciso atravesar antes por la profunda experiencia de su ausencia: el camino estrecho de la noche negra, la lejanía del Buscado. La espesa Nada del sinsentido, de la soledad, incluso de la extinción. Así de claro. Y cantarás «que bien se yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche».
Con qué inmadura alegría hablamos de «liquidar el ego» sin pretender siquiera atravesar el umbral de las mencionadas estrecheces, ni atreverse a acercarse al brocal del pozo oscuro, ni a la desnudez del que no sin sufrimiento aprendió a ser Nadie. Lugar sin lugar, plenitud sin orillas ni costuras, donde reside el dios libre de Dios, libre del yoga, libre del zen, y, sobre todo, libre de mí.