…atravesar el miedo…

Atravesar el miedo. El que nos meten, y el que nos metemos. El miedo a mí mismo; y, ahora, el miedo al otro, que no es de ahora…

Anidar en la Ausencia; un espacio que en ocasiones emerge en nuestra verdadera orilla, más allá –o más acá- de la vida y de la muerte, cuando el hombre, la eternidad y su dios se han agrietado y desprendido. Vacío páramo donde, sin embargo, es posible hallarlo todo.

En ese irremediable desierto se hace inminente una compasión que recorre su entraña y sus afueras, un amor que no lo para la muerte. Vacuidad densa y real, donde los demás han dejado de ser tan sólo los demás, recobrando la más íntima forma escondida en el todo, donde lo otro no existe sino en el todo; donde todos son, somos, uno.

Aquello que en el fondo soy
no se deja decir,
ni siquiera pensar;
su esencia es el silencio,
el reverso impar de un gran poema.
Por eso, cada estrofa
siempre deja un espacio vacío informulable que es sagrado.
Yo no soy el autor de esta estrofa,
tan sólo, acaso, su testigo,
que en cada verso empieza a consumirse
y en el punto final
con ella se ha extinguido.

R.R.

Historia del miedo
 La luna tenía que decir algo a la tierra, y envió a un escarabajo.
El escarabajo llevaba algunos millones de años en el camino, cuando en el cielo se cruzó con una liebre.
-A este paso, nunca llegarás -advirtió la liebre, y se ofreció a llevarle el mensaje.
El escarabajo le pasó la misión: había que decir a las mujeres y a los hombres que la vida renace, como renace la luna.
Y la liebre se lanzó a toda carrera hacia la tierra.
A la velocidad del rayo aterrizó en la selva del sur del África, donde en aquellos tiempo vivía la gente, y sin tomar aliento les transmitió las palabras de la luna. La liebre, que siempre se va sin haber llegado, habló en su atropellado estilo. Y las mujeres y los hombres entendieron que les decía:
-La luna renace, pero ustedes no.
Desde entonces, tenemos miedo de morir, que es el papá de todos los miedos.
 Eduardo Galeano

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