Atravesar el miedo. El que nos meten, y el que nos metemos. El miedo a mí mismo; y, ahora, el miedo al otro, que no es de ahora…
Anidar en la Ausencia; un espacio que en ocasiones emerge en nuestra verdadera orilla, más allá –o más acá- de la vida y de la muerte, cuando el hombre, la eternidad y su dios se han agrietado y desprendido. Vacío páramo donde, sin embargo, es posible hallarlo todo.
En ese irremediable desierto se hace inminente una compasión que recorre su entraña y sus afueras, un amor que no lo para la muerte. Vacuidad densa y real, donde los demás han dejado de ser tan sólo los demás, recobrando la más íntima forma escondida en el todo, donde lo otro no existe sino en el todo; donde todos son, somos, uno.
Aquello que en el fondo soy
no se deja decir,
ni siquiera pensar;
su esencia es el silencio,
el reverso impar de un gran poema.
Por eso, cada estrofa
siempre deja un espacio vacío informulable que es sagrado.
Yo no soy el autor de esta estrofa,
tan sólo, acaso, su testigo,
que en cada verso empieza a consumirse
y en el punto final
con ella se ha extinguido.
R.R.