Sucede a veces que en el corazón mismo del silencio surge una asfixiante carencia que nos empuja a quererla llenar huyendo hacia adelante y -sin apenas interrogarla ni escucharla- iniciamos el camino a no se sabe dónde. Pero entonces puede y suele ocurrir que en lugar de llenar nuestros vacíos de sentido, nos topemos tan sólo con simples objetos. Esta sociedad distraída nos quiere entretener con lo que le es más propio, con objetos, con objetos en forma de proyectos, de huidas compulsivas, de marchas turísticas paradisíacas que acaban remitiéndonos a nosotros mismos, para luego extinguirse.
También a veces brota –sería mejor decir nos brota- del silencio una necesidad de descargarnos de todo aquello que creíamos poseer, pero que nos poseía. Desinflarnos, como suele hacerlo un globo aerostático que suelta su lastre para mejor proseguir su ruta libre hacia las alturas. Descargarse, sí: un imperioso impulso, o instinto hacia el liberador despegue de la tiranía de lo dado; una suerte de desapego que no es indiferencia, sino el mismo portalón del amor.
Liberarse es habitar el mundo y, más aún: despedirse del mundo con lo puesto.
Soltarse, sí -entre alivios y dolores- de una realidad fingida, aunque presentada y re-presentada como lo real. Liberarse de la realidad falseada, de la posesión ilusoria de un ego que el mismo viento desvanece. Liberarse supone tener el valor de detenerse y tener el valor de mirar nuestra falsa realidad revestida de verdad, pues falsa es toda construcción mental que se resiste a ser soñada y vivida. Sentarse en silencio, entornar la mirada a mis adentros, en un esfuerzo por captar lo invisible, es mi propuesta.
Mas, curiosamente, nuestra inconsciente sed de sentido perdura incluso cuando, saciados del placer que causan los objetos, estos van perdiendo progresivamente la capacidad evocadora que durante un tiempo nos colmó, y el gozo, entonces, se torna en indiferencia, o en hastío. Ya sabes –te dicen los pragmáticos adaptados- esa es la vida, esto es lo que hay, tan sólo objetos…
Alienados por esa idolatría, caímos un tiempo en el delirio de que la alegría que suscitaron los objetos se encontraba dentro de ellos mismos, como si fueran los artesanos de la plenitud que nuestro corazón suele encender e iluminar. Pero en la quietud plena, de la que brota el valor de afrontar el dolor sin rehuirlo, vemos que en el fondo de lo fondos la verdadera paz existe, pura, ilesa, no subordinada a objeto exterior alguno, porque la auténtica dicha tiene en sí su propia razón de ser, su vida propia, su autonomía.
En el corazón del silencio liberador que rompe los muros de nuestra soledad, podemos comprobar que la paz real se halla en nuestra más honda entraña, porque el sonido de su salvaje soneto ha decidido sonar, cantar, allá en su más profunda arteria, en un canto que alberga el infinito.
Es verdad, lector amigo, que puedo ser pobre de objetos, pero también te digo, y muy en voz alta, que no es menos verdad que puedo estar borracho de eternidad. Y sin remedio. Lo sé. Y para saborear tal borrachera, regalarla, decirla y escribirla, hemos nacido. Es que que lo demás no tiene objeto.
Extracto de mi trabajo «AROMAS DEL ZEN» Rafael Redondo, Desclee de Bouwer.
Rafa Redondo
Música – Blessed we are