Y vi que era sagrado.

 

Decía el sioux Alce Negro:
Estaba entonces de pie en la montaña más alta de todas, y por debajo de mí, a mi alrededor, estaba todo el aro del mundo. Y mientras estaba allí vi más de lo que puedo expresar; porque veía de manera sagrada las formas de todas las cosas en el espíritu, y la forma de todas las formas tal como deben vivir unidas como un solo ser. Y vi que el aro sagrado de mi pueblo era uno entre los muchos aros que formaban un círculo, amplio como la luz del día y el resplandor de las estrellas, y en el centro crecía un inmenso árbol florido que cobijaba a todos los hijos de una madre y un padre. Y vi que era sagrado.
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Todo es cuestión de saber escuchar, y de llegar a oír, y sentir, los ritmos de la danza de la creación, cuya manifestación ideológica son los símbolos: un ser humano, un perro, un árbol, una planta, el agua, el fuego…. imágenes universales, cargadas todas ellas de la energía que impregna el lenguaje simbólico, y cuyo grado de veracidad a él atribuido es una de las más ricas expresiones del respeto que el ser humano es capaz de otorgar a la fuerza de la vida. Pero, sobre todo, permanecer quieto para permitir que Eso acontezca….
Saber permanecer, sí; mientras nuestra energía, transformada por los remolinos de nuestro torrente personal, va progresivamente desvaneciéndose en sus apariencias, para alcanzar la corriente mayor del océano unificador. Nuestra lección postrera no será otra que la de lograr desprendemos del equipaje hasta allí acumulado. Fundamental aprendizaje, para poder atravesar la apretada estrechez del último remolino. Y condición capital para fundirse en el abrazo unificante con el eterno mar del verdadero sentido del vivir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Música: Yeha Noha – Sacred Spirit

 

 

 

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