En el ejercicio de la quietud del cuerpo, aprender a dejar el cuerpo, nuestra mente y nuestra psicología, no es ninguna ociosidad, es un trabajo duro. Toda persona que alguna vez se ha esforzado en ejercitarse diariamente durante algunas horas en esta inmovilidad del cuerpo, ve como a lo largo de varias semanas va experimentando cosas extraordinarias. Al principio nos quedamos espantados por la cantidad de intranquilidad que llevamos en nuestro interior, por el sinnúmero de sentimientos contradictorios que nos surgen, por la marea de pensamientos e imágenes distorsionadas que nos acosan, por trastornos que roban nuestra tranquilidad. Es como si hubiera una gran cantidad de voces o de yoes que hablan en nuestro interior y, a veces, porque se abren aspectos profundos de nuestro inconsciente y emergen. Pero si es constante la persona en esta práctica de la quietud, poco a poco experimentará como desaparece, lentamente, todo este pensamiento vagabundo, todo este tumulto interior La quietud del cuerpo llega también al pensamiento, a los impulsos, a los instintos, a todas las tensiones. Es cuestión, por tanto, de acercarse más y más al centro de uno, a través de esta quietud, misma que te ha de mantener despierto/a y vigilante. Es ganar como escalones hacia nuestra interioridad, es paso a paso adquirir una disposición de ánimo que da un nuevo significado a todo lo que ocurre, y que es capaz de abrazar los antagonismos, las limitaciones y las fragilidades propias del ser humano. El proceso, lo que ocurre es que nuestros sentidos se van aquietando, se van liberando de los objetos, y nos vamos enraizando en un centro, en una unidad que nos centra. Es comosi las olas de la superficie se serenan y empezamos a tocar el “ápice del alma”, como decía Santa Teresa. Todo se profundiza y, evidentemente, que se adquiere una armonía nueva. Es una sensación de estar completamente en el lugar y en el momento adecuados. Esto sucede no solo durante la quietud, esta adecuación se experimenta aún después. Ello sucede gracias a la inmutabilidad del cuerpo, que ha de ser realizado con constancia y con la postura adecuada. Cuando se toca esta quietud del fondo de cada uno, es porque se han serenado las capas superficiales de nuestra conciencia. Entonces, es como entrar a fluir en la ley del universo, entras en armonía con la ley que rige toda la realidad. En lenguaje cristiano se diría que entras en armonía con la voluntad divina.
Berta Meneses
VIVIR EL SILENCIO BERTA MENESES
He descubierto que toda la infelicidad de la persona deriva de una misma fuente: no ser capaz de estar sentado tranquilamente en silencio a solas consigo mismo.
Blaise Pascal