“…que Dios nos libre de los santos…”.

Francisco sabía muy bien que nada había en el mundo que careciera de alma y, llevado por esa certeza, tanto la amigable unión que establecía con todas las cosas como el hermanamiento con todos los seres, provocaron que su paso por la tierra discurriera en un continuo estado de inteligente inocencia. El pobre de Asís también sabía que cuanto más desasido, más hermano y libre se sentía, por lo que jamás optó por poseer, ni apegarse, ni aferrarse a otra entidad que no fuera la Dama Pobreza, entendida como un modo de ser y estar que permite que las cosas sean, que las personas sean y que el mismo Dios sea, pues conoció con clara y distinta lucidez que el afán de posesión es, como hoy podemos ver, el gran obstáculo para establecer la fraternidad en el planeta.
“Habla las golondrinas –escribe Christian Bobin- y permanece con los lobos. Se reúne con las piedras y organiza coloquios con los árboles. Habla con todo el universo porque todo tiene potencia de palabra en el amor, porque todo está dotado de sentido en el amor insensato.”
El límpido amor de madre acogedora que el poverello mamaba en sus entrañas y hoy derrama en las nuestras, se cimenta en la libertad ante las personas, las cosas y en la ausencia de interés por dominar y poseer. Todo ello hace de Francisco un hombre integrado, un hombre nuevo para una sociedad nueva.
Cabe señalar que esa aptitud para integrar lo aparentemente contrario no es fruto de ninguna tesis o sín-tesis teórica, sino la consecuencia de haber atravesado la experiencia de con-vivir y con-vidar en nuestro interior escenario lo numinoso y lo tenebroso, el ángel y el demonio que en el fondo somos, las idas y venidas, los abismos y cumbres, los ascensos y resbalones. Y todo ello, coronado, al fin, en la cima que todo lo atrae y lo armoniza, porque el Bajísimo de Asís se hizo con las alas del Altísimo a través del valor que asiste a quien vive en sus carnes la Presencia que nace de la Ausencia. Bajísimo y Altísimo, como la vida y la muerte, son la misma cosa que sólo atestigua aquel que experimente en su ser la sincronicidad del abismo que le encarama y el terraplén que le hace cumbre. Incluida la cumbre del monte Alvernia, donde vivió los éxtasis y estigmas de sus carnes, como viva imagen de Cristo. También la crueldad de sus hermanos cuando entre insultos y bastonazos, al bajar al convento, le impidieron entrar empujándole a la intemperie helada. Así se portaron con Francisco los primeros franciscanos; lo que no impidió que, al comentar más tarde este cruel episodio el Bajísimo dijera que curiosamente “ahí reside la perfecta alegría”. Pasado un tiempo, la institución consideró la utilidad de que este loco abyecto fuera proclamado santo. Un indecoroso decorado que maquillaba el desorden de toda orden devenida en establo establecido, por muy santa que se sienta y ella se proclame.
Los místicos han sido y son la antípoda de todo orden; también de toda orden. El reconocimiento de santidad no les atrae, les incomoda. No fue casualidad, que un siglo más tarde el Maestro Eckhart, con la voz hecha grito, pidiera a Dios que le liberara de Dios y dos siglos adelante Teresa de Ávila exclamara: “que Dios nos libre de los santos…”.
Rafa Redondo
Múisca: Loreena McKennitt – The Lady of Shalott

 

 

 

 

 

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