El satori del anciano

Ya el nacer es un dolor, cantaba la voz, hecha grito, de Raimon, en aquel año de gracia de 1968. Pero un dolor que se celebra porque inicia una partida. Marca la Vida, siendo Presencia hacia el sentido de existir. Partir -que proviene de parto- es un alejamiento del útero materno, un viaje-viraje del placer de la placenta hacia la madurez que busca renacer en cada instante, que inaugura el manifestarse en la conciencia-carne-materia, donde el alma se fragua en forma y gesto. Alcanzar a ser el propio gesto -dejarse gestar- ser la propia gestación, sin imitar a ningún ser ajeno a mí, por muy sagrada y ejemplar que haya sido su huella.

Buscamos nacer desde la Ausencia; renacer en la creación de un poema, florecer desde Seguir leyendo El satori del anciano

Muerte y Vida

Muerte y vida es un asunto serio, estar dormido o despierto, estar muerto o estar vivo, morir para nada o morir para vivir, es un asunto muy especial y serio.

Impresionan las palabras, que no son de quién las escribe, son ya del Camino que nos ha abierto su corazón para vivir en él.

Firme determinación, que es la masa fundida Seguir leyendo Muerte y Vida

El humor soberano (Fragmento)

Y, finalmente, si de algo han adolecido casi todas las tradiciones sapienciales es de excesiva solemnidad en sus modos de proponer la verdad; sin embargo, los maestros zen, esos descarados que vinieron a derrocar peanas y a ventilar capillas -mostrando así un profundo respeto que no distinguía lo profano de lo sagrado-, la repartieron a gritos y a coscorrones mientras se mondaban de risa, porque la cosa, el gran asunto, tiene gracia, mucha gracia.

Leed, si os apetece pasarlo en grande, los dichos y los hechos de vuestros tíos-abuelos Hui-neg, Huang-po, Hakuin, Tosan Ryokai, Lin-chi o Dôgen, entre muchos otros humoristas verdaderos. Cuentan del último que, al volver de China, a la que viajó para empaparse de los secretos del zen, lo estaba aguardando todo el pueblo, ansioso por oír lo que había aprendido de los maestros de aquel país, cuya autoridad era legendaria; y nosotros nos imaginamos a la banda de música de las grandes ocasiones precediendo a la curiosa comitiva. El caso es que, encaramado a una tarima, nuestro tío-abuelo Dôgen -que volvía pletórico de humor y de sencillez, es decir, de sabiduría- se limitó a decirles:

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Meditación Bilbao