Cumplido su viaje, ha caído de la rama como las mismas hojas, seco y dócil. Un golpe sordo de plumas y de huesos en lo recóndito del día. El que a fuerza de liviano se hizo uno con los aires, con qué mansedumbre se da a la tierra. Doblar así, sin resistirse, como el pájaro y las hojas, como el que siendo nadie fue la vida que vive y muere.
Este gozo
Aunque también permea la hora dada a nuestro gusto, el dolor, las pérdidas y los reveses son sus inequívocos, sus más altos emisarios. Cobrarlo ahí, donde parece estar ausente para nosotros. Este gozo constante no se afirma, no pretende gozarse. En la más plena dejación de sí canta este príncipe.
Rosa del vértigo
Vive un algo fragante, una rosa que olemos a escondidas del saber y que nos trae a presencia; la que pone en casa, en nuestro conocimiento, la innumerable rosaleda y sus aromas. Os hablo de esa rosa enterrada en su luz, de la madre a ciegas del sentido, la del vértigo y el desmayo del alma. Ella se le ofrece como si fuera espina, y cuando al fin la atraviesa de parte a parte, el alma da con su principio y huele toda a su flor propia.