Al atardecer, me asomé desde mi ventana (un piso decimonoveno). Se avistaba la nieve del imponente Anboto.
Yo escuchaba su silencio, pero no estaba allí.
Yo sentía el crepúsculo, pero Seguir leyendo No estar
Al atardecer, me asomé desde mi ventana (un piso decimonoveno). Se avistaba la nieve del imponente Anboto.
Yo escuchaba su silencio, pero no estaba allí.
Yo sentía el crepúsculo, pero Seguir leyendo No estar
Para alcanzar la pura experiencia del Ser, que llamamos Dios, es preciso atravesar antes por la profunda experiencia de su ausencia: el camino estrecho de la noche negra, la lejanía del Buscado. La espesa Nada del sinsentido, de la soledad, incluso de la extinción. Así de claro. Y cantarás «que bien se yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche».
Con qué inmadura alegría hablamos de «liquidar el ego» sin pretender siquiera atravesar el umbral de las mencionadas estrecheces, ni atreverse a acercarse al brocal del pozo oscuro, ni a la desnudez del que no sin sufrimiento aprendió a ser Nadie. Lugar sin lugar, plenitud sin orillas ni costuras, donde reside el dios libre de Dios, libre del yoga, libre del zen, y, sobre todo, libre de mí.
Puedo pensar en la atrocidad de quienes sin gobierno nos gobiernan, sin compasión y arrogancia ignoran a los desasistidos, echan de su techo a los desheredados, siembran de pánico a los desahuciados, ignoran a los niños, a los débiles y enfermos.
Puedo poner mi pluma y mi tiempo en su favor… y pudiera escribir los versos más tristes esta noche, pues me toca de muy cerca ese cruel cerco. Pero no les obedezco, no les odio.
En la más profunda vena de esa refriega cotidiana, se que puedo Seguir leyendo Luchar… sin odio