Conozco un camino que llega entre la fronda hasta el gran precipicio. A sus pies, las aguas verdes del pantano, arreboladas por la brisa, van heridas de sol hecho pedazos. Vengo a menudo aquí para sentarme. Se aclaran las pupilas, con precisión y hondura se van desenfocando hasta que todo da consigo. El cuerpo se abre, se diluye en el aliento; el aliento en el espacio. Entre el norte y el sur, entre el cielo y la tierra no ha quedado un lugar donde el ser no se encuentre siendo nada, siendo uno. ¿Qué es esta entera libertad de ver tan claramente que jamás me he movido, de hallarme preso en mí como el mar en la mar, como lo verdadero en lo verdadero?
Muerte de un pájaro
Cumplido su viaje, ha caído de la rama como las mismas hojas, seco y dócil. Un golpe sordo de plumas y de huesos en lo recóndito del día. El que a fuerza de liviano se hizo uno con los aires, con qué mansedumbre se da a la tierra. Doblar así, sin resistirse, como el pájaro y las hojas, como el que siendo nadie fue la vida que vive y muere.
Este gozo
Aunque también permea la hora dada a nuestro gusto, el dolor, las pérdidas y los reveses son sus inequívocos, sus más altos emisarios. Cobrarlo ahí, donde parece estar ausente para nosotros. Este gozo constante no se afirma, no pretende gozarse. En la más plena dejación de sí canta este príncipe.