…Maestro «sin papeles»

Sería un desacierto pensar que alguien, por muy alto que sea el rango de maestro o maestra con que ha sido reconocido y designado, tiene el poder de despertar a otro de su falsa conciencia, puesto que todo es y está vacío de una entidad concreta. Y quien se atribuye tal poder lo hace desde el hondo error de pensar de sí mismo que es alguien, que identifica ser y forma. Todo está vacío de la idea de que hay alguien que requiere ser despertado de algo. Todo eso sería concebir entidades endiosadas que fomentan en sus alumnos la minoría de edad, y la enfermiza dependencia.
Mariá Corbí, me escribió un día:
La verdad que engendra dureza no es verdad.
La verdad es sólo amabilidad y ternura.
La verdad que desune no es verdad.
La verdad sólo unifica.
La verdad que se liga a fórmulas,
por escuetas que sean, no es verdad.
La verdad es sólo libre de formas.
Si la verdad se liga a fórmulas,
tiene que condenar, excluir, desunir,
tiene que ponerse por encima,
dar por falsas otras verdades.
La verdad reside en formas, pero no se liga a ellas.
El verdadero discípulo muere todos los días sentado en el cojín. Y, a la vez, renace, porque ya ha muerto a sí mismo antes de morir. De ese modo transcenderá la muerte de su ego, como de sus creencias y opiniones. Incluso- afirma Deshimaru- los que han leído los maravillosos textos que contienen la enseñanza verdadera, o recibido la transmisión de la doctrina exotérica y esotérica, si todavía no han abandonado el apego a la fama y al provecho, no se puede decir que hayan generado la mente del Despertar.
Caer en el delirio del presunto brillo de la fama desacredita a quien se llama maestro. En esa misma línea el antropólogo catalán y reconocido experto en religiones orientales, mi amigo Javier Melloni, se refiere al Maestro Jesús de Nazareth en unos términos que se sitúan en las antípodas del zen que nos ha llegado a Europa en las seis últimas décadas:
cuando Jesús toma la palabra sorprende a los que le escuchan. Su hablar produce una resonancia distinta del hastío que provocan los funcionarios de la predicación…Perciben que tiene autoridad, no poder. Desprende autoridad –de ”augere”, ”hacer crecer”- porque hace a los demás autores de sí mismos. El poder, en cambio – prosigue Melloni-, se ejerce desde la dominación, anulando a los que quedan por debajo. Y añade este párrafo crucial: Jesús no tiene ningún cargo externo sobre el que apoyarse (Mc 11, 27-33). Su sostén emana de su propia experiencia y se fortalece a partir de su relación con el Fondo del fondo de su existencia. No tiene más credencial que estar posibilitando el acceso a la Fuente, que haciéndole crecer a él, le impulsa a hacer crecer a los demás. ….
Jesús no tenía ni deseaba más “reconocimiento” ni transmisión del Dharma (Inka, en términos japoneses) que el de sentirse amado (las experiencias del Tabor y del Jordán) por ese Fondo último de la realidad que él llamó Abba (padre). Era un maestro “sin papales”, libre del deseo de esos certificados tan deseados que hacen peregrinar hoy en día a tantos aspirantes de maestro hacia China, Japón o Alemania. Todo un alarde de eso que en términos budistas se llama “materialismo espiritual”, tan ajeno y tan lejano del espíritu tanto de los compasivos boddhisatvas asiáticos, como de la disponibilidad y desprendimiento de los italianos fraticcelli del poverello Francisco de Asís, alter ego de Jesús. Zen en estado puro. No es lo mismo sentirse dios que endiosarse. Felices los que eligen ser pobres…
Pero sobre todo, la real maestría de Jesús era reconocida por quienes, numerosos, sintieron y sienten en su fondo el sorbo que les nutría y que les remitía a sí mismos avivando lo mejor que había en ellos. Jesús decía lo que pensaba y realizaba lo que decía…
El místico musulmán Ibn Arabi lo comprendió muy bien: aquel cuya enfermedad es Jesús no se cura jamás.
R.R.

 

 

Música: Nightnosie – Night in the land

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