Hice mía tu soledad

Oh Dios Haz que no fracase ni me desvíe ni en la prosperidad ni en la adversidad; que no me enaltezca por una ni me abata por otra. Que no me alegre sino de lo que me lleva a Ti, ni me aflija sino de lo que me aleja de Ti; que no busque agradar, ni tema desagradar, sino sólo a Ti. Que todas las cosas transitorias se vuelvan viles a mis ojos, oh Señor, y que todo lo Tuyo me sea querido por Ti, y Tú, oh mi Dios, querido por encima de todas ellas. Que todo gozo que sea sin Ti me resulte molesto, y que no desee nada que no sea sin Ti. Que todo trabajo y fatiga que sea por Ti me deleite, y todo descanso que no sea en Ti me canse.

 

Rafa Redondo

 

No, la revelación del Padre de Jesús en su hijo no se hizo fuera, sino en el centro mismo de la condición humana más abandonada. Una relectura que en el día de hoy, que vivo la enfermedad en su crudeza, me anima a decir que El lugar del abandono y de la ausencia se ha convertido en la Zarza ardiente de Moisés.
Hice mía tu soledad, mío también tu grito de abandono, que caló mis huesos.
Gracias a ti, Padre bueno, vi una vez más que tu ausencia, al vivirla tan dolorosamente hosca a veces, se convierte en inequívoca señal de cercanía…
Hacerme Senda,
mansión del ser de Dios.
Aquí, ahora mismo…
Rafa Redondo

 

 

Múisca: Philip Glass – Misihima

 

 

 

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