Hacerme Senda,
mansión del ser de Dios.
Aquí, ahora mismo…
Jesús fue ante todo un hombre libre, ante sí mismo y ante las autoridades de su época. Denunció con valentía las sombras de la conducta de los sacerdotes y autoridades del Templo, preñadas de hipocresía, y señalando a la gente que no se dejara guiar por ellos. Vino a nosotros como un igual, como un hermano, haciendo trizas la estructura petrificada y piramidal que hasta su tiempo vinculaba a Dios con las personas y a las personas entre sí. Su palabra se hizo carne, Y Dios en él. Desde entonces el cuerpo es lugar y casa de común unión, de tacto y con-tacto sagrados. Creó un modelo de bondad, un círculo de solidaridad; quizá mejor: de unidad en todo ser creado.
Vivo y percibo el mensaje Jesús no como una misiva religiosa banalizada desde siempre, sino como el ser de la buena nueva que nació precisamente del conflicto con la religión establecida, y fue condenado a muerte hasta un dramático final. Jesús, no fue percibido como un vulgar malhechor sino como un subversivo que representaba una amenaza para el sistema religioso de su tiempo. Y de este tiempo. Cristo, no obstante, lejos de ser arreligioso fue tan hondamente religioso que Juan (1, 18; 14, 9) lo considera la suprema expresión de cualquier religión: la misma revelación de Dios. Un ser humano despojado de todo rango, vacío de sí mismo.