Escuchar el silencio.
Es evidente que hay que aprender a escuchar este silencio. La escucha del silencio es toda una cultura. Ponemos mucho énfasis en la palabra, en la comunicación, son elementos básicos e interesantes, pero sin silencio la palabra puede ser palabrería y la comunicación puede carecer de raíz. Hay un silencio que es elocuente y que surge cuando callamos, pero no solo es un silencio de palabra, sino que cuando somos capaces de una Presencia, de un silencio inconmovible. A veces en los momentos duros de la vida, en los momentos de desesperación, en las noches (ausencia) del Espíritu, buscamos denodadamente en nuestro interior la respuesta, y a veces solo encontramos silencio, pero si somos capaces de permanecer, este silencio se profundiza y aparece justo la respuesta luminosa, y es una respuesta que nace justamente de esa búsqueda en la que acallo otras voces… es difícil, no estamos acostumbrados a este silencio total, por eso hay que aprender a escuchar este silencio.
El silencio de la mente.
Silenciar la mente es aquietar la mente racional, nuestras ideas. Éstas no tienen que imperar sobre la vida. No se puede experimentar la existencia a partir de las afirmaciones o de los principios fijos que tenemos en nuestra mente. Esta opera a tres niveles y que corresponden a los tres cerebros: 1) al cerebro más primitivo, la zona del cerebelo; 2) al cerebro central, la zona del hipotálamo; y 3) al córtex, el tercer cerebro. Cuando hablamos de silencio de la mente, estamos intentando silenciar nuestro cerebro cortical, para que aprenda a ver sin juzgar, sin interpretar. Esto es algo que desde el siglo XII, Hugo de San Víctor y su grupo, los Vitorinos, ya mencionaban como “abrir el ojo de la razón”,porque este ojo sirve para observar ideas, abstracciones mentales, etc., pero es necesario silenciarlo si queremos que se abra el ojo de la percepción, el ojo del espíritu, porque éste supera al ojo de la razón, al ojo del conocimiento. La mente ha de enmudecer y de forma respetuosa y humilde, porque hay grandes interrogantes a las que ella no les puede dar solución. Cuando somos conscientes de esto nos liberamos de un gran peso, pero además, aparece una comprensión que trasciende la mente racional. Existen y evolucionan en este mundo muchas cosas que no son asequibles a nuestra comprensión, porque en principio nuestra organización cerebral está primariamente diseñada para asegurar la supervivencia y, por lo tanto, hay una serie de grandes interrogantes y aspiraciones del ser humano, que tienen que ver con toda su dimensión espiritual, a las cuales la razón no llega, pero el silencio sí que nos abre a esta trascendencia. “No es a fuerza de instrucción ni de esfuerzo mental, o de estudio de las escrituras que se llega a experimentar el espíritu, sino sabiendo escuchar el silencio” (Texto védico) Este silencio de la zona cortical de nuestro cerebro es posible ayudado de la respiración, pero también es necesario acallar nuestras emociones.
El silencio de la voluntad.
Este es más difícil aún de conseguir que el de la mente, porque las emociones, la voluntad, no siempre llegamos a silenciarlas cuando queremos, ni cuando no queremos, sino cuando nuestra voluntad no hace ruido, cuando se mueve silenciosa y armoniosamente dentro de un todo, cuando aprende a querer lo que ha de ser querido. Implica la liberación de todo apego. El cerebro central, que es la zona del hipotálamo, toda la zona difusa del cerebro, donde está el tálamo, el centro de vigilancia, toda esa zona tiene que entrar en un equilibrio grande porque cuando ella vibra de forma adecuada, produce en la amígdala, que es una zona que está en el hipotálamo, que es la zona de las emociones, produce el bienestar, el equilibrio, la liberación del apego, de los deseos que no nos dejan ser felices. El silencio de la voluntad sería eso, hacer que tu voluntad vibre con la Voluntad, la Voluntad Divina. Por tanto no es un libertinaje, sino un dinamismo intrínseco del ser, no está condicionado por los factores externos. En el zen se le llama el “corazón vacío”. En el lenguaje cristiano se llama la “pureza de corazón”, es el corazón silencioso.
Berta Meneses