“Conviértete en visión, visión, visión!…”

Comprobar de qué manera las sombras del anochecer de este lluvioso viernes de noviembre culminan su despliegue, y cómo la espesa hiedra que recubría nuestra mente, inicia su desplome ante los gestos de oración, preámbulo del postrer Za-Zen del día, donde la ausencia de son de cuenco o gong, deviene en rima de tambor goteando en el alféizar.
Con los brazos alzados acogemos la fértil lluvia buena que empapa nuestros ya empapados ojos.
A pesar del escalofrío del Vacío, ¿por qué llorar, entonces, no siendo de dicha?
Disolver en la visión todo nuestro cuerpo, cantando con Rumi: “conviértete en visión, visión, visión!…”
Poco importa el naufragio del cuerpo, si cantando lo sobrevivimos. Poco importan las grietas que enhebran sus tejidos, si por ellas se filtran las estrellas. Poco importa que a nadie importemos si en lo importante habitamos.
Y así acaba la jornada, como si nada hubiera acabado, pues nada se acaba ya que nada se comienza: no hemos nacido para las metas; nada es preciso alcanzar sino tan sólo alcanzar-nos; nada es preciso lograr, sino tan sólo lograr-nos; a nada es preciso llegar, sino tan sólo llegar-nos: llegarnos al momento en que nada existe, salvo la soledad del gesto orante de un Nadie haciendo gassho y cantando como un loco al Infinito

 

Rafa Redondo

 

Música: Clair de Lune – Debussy

 

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