Nuestros tejidos están preñados de Universo, y en éste prenden nuestros cuerpos sus raíces. En contrapartida, el Universo alcanza su cima espiritual en el Aliento que sostiene el milagro humano, siendo en el fondo del ser donde se celebra esa operación llamada transfiguración del Cosmos con todo lo que en él habita y se guarece. En el corazón del ser humano es posible testificar el prodigio de esa transformación, de esa vasta conciencia nueva que nos capacita para re-conocer que aún a pesar de la violencia del planeta, también el amor ha prendido y amarrado en la Tierra sus raíces. Aunque ello no es óbice para que nuestros ojos no dejen de ver, mientras esto escribo, la brutalidad de Netanyahu, la locura de Trump, la peligrosidad de Aznar, o el renacimiento del franquismo en España; una barbarie tutelada por el desalmado capitalismo y los medios de comunicación que seleccionan las noticias según las agendas del poder y los intereses de sus amos. No perdamos la memoria: Adolfo Hitler salió elegido democráticamente.
Ser compasivo no equivale a estar ciego para atisbar las sombras, menos aún la luz que ellas esconden. Es encomiable constatar cómo en ciertas personas y seres vivientes, que los Medios ignoran, se celebra diariamente el sueño de la Humanidad que se concreta en inequívocos signos de fraternidad universal. En el más profundo capilar del corazón humano es posible des-cubrir- el devenir de la contínua creación. El corazón -no acorazado- del ser humano es el escenario de esa también contínua génesis.
El Ser es suceder, acontecer, pura acción en la Mater Materia; sí: aun a pesar de la aridez de este momento, el amor ha prendido en el mundo. En tal sentido, recojo aquí una interesante cita «in extenso», del filósofo Henri Bergson que transcribo directamente del libro “El sol sale sobre Asís” de Eloi Lecrerc, al referirse a Francisco de Asís: «los grandes hombres de bien, y sobre todo aquellos cuyo creativo y sencillo heroísmo ha abierto nuevos caminos a la virtud, son los reveladores de la verdad metafísica. Son seres nobles en el punto culminante de la evolución, los más cercanos a los orígenes, y hace sensible a nuestros ojos el impulso que viene del fondo. Considerémoslos atentamente, intentemos experimentar con simpatía lo que ellos experimentan, si queremos penetrar por un acto de intuición hasta el principio mismo de la vida. Para atravesar el misterio de las profundidades, a veces hace falta contemplar las cimas. El fuego que está en el centro de la tierra no se manifiesta más que en la cumbre de los volcanes».
Ante las palabras del filósofo, Eloi Lecrerc añade que “el hombre de bien experimenta en su ser la bienaventuranza evangélica «dichosos los mansos, porque ellos poseerán la tierra». La poseen ya, porque la mansedumbre que los anima es una con el impulso creador”.
Quiero finalizar aludiendo a esas “mujeres de bien” que dan la cara, la otra cara de la violencia del mundo, en el Mediterráneo, Sudán, Sáhara. Ellas son el Sueño de la Humanidad, la Esperanza para crear un Nuevo Cielo y una Nueva Tierra.
R.R.