Una luciérnaga en la oscuridad…
«Etimológicamente, “sabiduría”, viene de la palabra latina “sapere”, de la cual derivan dos palabras: “saber” y “sabor”, dos palabras que indican lo mismo: un saber que sabe, gustándola, de qué se trata la vida. Un saber que come el fruto de la vida, no un saber teórico “sobre” la vida. Si la filosofía es la transmisión de lo pensado, la historia del pensamiento, la sabiduría es el testimonio de lo experimentado, la experiencia de la vida misma, de su gusto.
Sabio no es quien pensó la vida sino quien dejó que la vida le diga lo que ella misma aprendió viviéndolo a él, quien dejó que la vida le entregue su sabor: le revele su sentido. No el sentido que él le da a la vida sino el sentido que la vida misma es: su darse, su entregarse.
En general el hombre sabio no dice su sabiduría: la muestra. Le encarna vida, una vida que, por eso mismo, irradia sentido, se muestra sabia. El sabio es un testigo, no un profesor. Lo suyo no es impartir un conocimiento sino testimoniar una experiencia y por eso, porque en sus palabras está involucrada y manifestada su vida, más que profesor es “maestro”. Enseña lo que vive, no lo que sabe, o, en todo caso, sabe viviendo, testimoniando la vida.
El testigo de la vida, el sabio, da testimonio, no ejemplo. El ejemplo siempre implica un “piensa como pienso yo”, un “imítame a mí”, en cambio en el testimonio el valor se pone en lo experimentado, en la vida, no en quién la experimenta. El testigo se borra para que aparezca lo testimoniado, para que aparezca en aquel que recibe el testimonio. Quien da testimonio, quien se pone como ejemplo, por el contrario, busca atraer, retener, no dar.
La vida da, siempre y a todos, la posibilidad de experimentar un nacimiento y una muerte, un tiempo de desamparo y un tiempo de cobijo, el peso de un error y la libertad de un perdón, da la soledad y da el amor…La vida da a todos, y siempre, su decirse, su manifestarse: su experiencia.
Sabio no se es de una vez para siempre, sabio es el sostenimiento de una relación con la vida, es una escucha a la vida, a su decirse, su revelarse, su contarnos en lo que nosotros vive y vivió. El sabio sabe, va sabiendo y respondiendo, a eso que da la vida: la propia vida de quien la vive. Su unicidad, su singularidad, no es cuantitativa, no es singular por ser una sino por ser irrepetible, por ser original. Por ser ese don de ella que somos cada uno de nosotros, eso que respondiendo vamos siendo, vamos viviendo.
Quizá haya una sola condición para devenir sabio, para encarnar la vida conscientemente, vitalmente: hacerse vulnerable a ella, exponerse a lo que nos trae, padecer lo que nos ofrece: dejarnos tocar. Permanecer cercano a su temblor inicial, a la vida antes de separarse de ella misma, antes de transformarse en nuestro plan, en nuestro proyecto, en eso que suele ser mero interés o usufructo, eso que más que vivir es funcionar.
El “vivir” del “funcionar”, el sentido del sinsentido, están separados apenas por un paso: el paso apurado, el de la rapidez, el que nos saca de la vida, el que no lo marca el latido sino el reloj. Por esto, tal vez, hay tan pocos sabios, por esto, tal vez, corremos tanto, giramos, sin saber detrás de qué.»
Hugo Mujica.
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…atravesar el miedo…
Atravesar el miedo. El que nos meten, y el que nos metemos. El miedo a mí mismo; y, ahora, el miedo al otro, que no es de ahora…
Anidar en la Ausencia; un espacio que en ocasiones emerge en nuestra verdadera orilla, más allá –o más acá- de la vida y de la muerte, cuando el hombre, la eternidad y su dios se han agrietado y desprendido. Vacío páramo donde, sin embargo, es posible hallarlo todo.
En ese irremediable desierto se hace inminente una compasión que recorre su entraña y sus afueras, un amor que no lo para la muerte. Vacuidad densa y real, donde los demás han dejado de ser tan sólo los demás, recobrando la más íntima forma escondida en el todo, donde lo otro no existe sino en el todo; donde todos son, somos, uno.
Aquello que en el fondo soy
no se deja decir,
ni siquiera pensar;
su esencia es el silencio,
el reverso impar de un gran poema.
Por eso, cada estrofa
siempre deja un espacio vacío informulable que es sagrado.
Yo no soy el autor de esta estrofa,
tan sólo, acaso, su testigo,
que en cada verso empieza a consumirse
y en el punto final
con ella se ha extinguido.
R.R.
…el poema de los átomos…
El poema de los átomos
(Yalal ad-Din Muhammad Rumi)
El poema de los átomos
Oh día, levántate!
Ilumina tu esplendor, los átomos están bailando.
Gracias a Él el Universo está bailando.
Supera el éxtasis, libre de cuerpo y mente.
Te lo susurraré al oído donde su danza les guia.
Todos los átomos en el aire y en el desierto están bailando,
perplejos y borrachos en el rayo de luz,
parece una locura.
Todos estos átomos no son tan diferentes de lo que somos,
felices o desgraciados,
perplejos y desconcertados.