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El soplo del Espíritu

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de salir de este mundo para ir al Padre, como había amado a los suyos que quedaban en este mundo, los amó hasta el extremo.

 

Rafa Redondo

 

Decir sí a la vida es decir no a la guerra, a la venta de armas, a la industria que las crea. Decir sí a la vida, niega el empobrecimiento, la pobreza violentamente impuesta. Ello implica la inevitabilidad del enfrentamiento ante sus causas y la injusticia que .conllevan.
Amar la justicia es contradictorio con acomodarse a ella, es preciso resistirla. Cuando esto escribo está presente –salvo que miremos a otra parte- la tragedia diaria de los emigrantes hacia Europa, la pandemia del Covid, cuya vacuna está vetada a los pobres del Mundo, el cotidiano ensanchamiento del cementerio del Mediterráneo, como está presente el renacimiento del fascismo en España y la indolente indiferencia de una sociedad pasiva que, como en la alborada del nazismo alemán, se identifica irracionalmente con sus propios verdugos. Y, también se han hecho presentes signos aterradores de odio hacia las escasas formaciones políticas que luchan y resisten. Esas son las fuerzas que controlando la prensa y otros medios de comunicación, niegan la vida. Aunque también vivimos la presencia de energías humanas que la revitalizan y reafirman.
Tanto las confesiones religiosas, como -aunque en menor medida- los movimientos de espiritualidad, no adoptan, como se podría esperar de ellos, no sólo una actitud diáfana sino la afirmación clara e incondicional de la vida en esta cuestión vital que más que afectar a la política, interpela a los derechos fundamentales de todo ser creado. “
“Fueron los miedos de las iglesias establecidas -afirma J. Moltmann (del que el lector avisado adivinará su palabra entreverada en este artículo)- ante el “espíritu libre” , religioso o arreligioso, del mundo moderno, los que frenaron el desarrollo de la doctrina sobre el Espíritu Santo. En reacción frente al espíritu de libertad, la libertad de la fe, la libertad de religión, la libertad de conciencia y las Iglesias de libre agregación, se declaró “santo” únicamente el Espíritu que estaba vinculado a la institución eclesiástica de las mediaciones de los ministros “espirituales”; pero el Espíritu que los seres humanos -según su forma personal y cultural- experimentan fue declarado “no santo”. Ahí la prevención ante lo nuevo de Algo que es y siempre fue considerado como esencialmente renovador. Vincular el soplo del Espíritu a cualquier iglesia jerarquizada no sólo debilita las comunidades, sino que confina al Espíritu en un marco ajeno a la autonomía inherente al ser humano sediento de una nueva vida, y hambriento de la Fuerza Renovadora, Vida que se derrama cada instante sobre todos los corazones, sobre toda la humanidad, sobre todo ser vivo, mineral, planta o animal.
Rafa Redondo

 

Música: Nightnoise – For Eamonn

 

Y ser unos y unas contigo para siempre…

En el centro de la fiesta no hay nadie. En el centro de la fiesta está el Vacío. Pero en el centro del Vacío hay otra fiesta.
(Roberto Juarroz)
Esa Presencia Activa que me libera y me despierta: tu presencia, Padre entrañable, la que segundo a segundo, incesantemente remueve mis entrañas. Esa Presencia, sí, que me empuja a interrogarme: pero, ¿cómo es posible que yo pueda vivir ajeno, de espaldas, a esa Realidad que en cada instante me interpela?
Pienso que si tu Hijo Jesús naciera mil veces en Belén pero no en mí, yo sería, el más desgraciado de los hombres. Sí, porque tu Hijo se hizo Hijo del Hombre, para que todos y todas y tuviéramos la potestad de ser hijas e hijos de Dios, de tu misma naturaleza, Abbá entrañable.
Estoy convencido de que si de verdad creyéramos en la Encarnación de tu Hijo, sangre de tu sangre y sangre de mi sangre, no habría nadie en la tierra que no estuviera dispuesto a celebrar tu honda Presencia en cada ser viviente…
Cuando somos conscientes del amor que nos habita, cuando estamos solos ante una noche estrellada; cuando vemos por casualidad las aves migratorias en otoño descendiendo sobre un pequeño bosque de álamos plateados para descansar en el césped y tomar su alimento; cuando vemos a unos niños comportarse como niños; cuando experimentamos el abrazo apasionado de un ser amado; o cuando como expresan los poetas orientales en sus haIkus al quedarse quietos ante el chapoteo de una rama que cae en el río; o el sonido de una rana al lanzarse al estanque… Todo ello, Señor, nos brinda la percepción de poderte ver como danzarín de una admirable Fiesta cósmica, donde tú eres la danza y nosotros los danzarines.
El Mundo entero, y el tiempo que en él discurre son tu danza: la danza del Señor en el Vacío. Porque, efectivamente, estamos en medio de la danza y ella en medio de nosotros. Porque Tú, sangre de nuestra sangre lates en nuestras arterias, querámoslo o no, seamos conscientes de ello o no. Todos estamos invitados a esa danza, a despojarnos de nuestra patética solemnidad. Y ser unos y unas contigo para siempre…

 

Rafa Redondo

 

Múisca : Ave Verum by Albinoni

 

 

Aromas del Zen

Sucede a veces que en el corazón mismo del silencio surge una asfixiante carencia que nos empuja a quererla llenar huyendo hacia adelante y -sin apenas interrogarla ni escucharla- iniciamos el camino a no se sabe dónde. Pero entonces puede y suele ocurrir que en lugar de llenar nuestros vacíos de sentido, nos topemos tan sólo con simples objetos. Esta sociedad distraída nos quiere entretener con lo que le es más propio, con objetos, con objetos en forma de proyectos, de huidas compulsivas, de marchas turísticas paradisíacas que acaban remitiéndonos a nosotros mismos, para luego extinguirse.
También a veces brota –sería mejor decir nos brota- del silencio una necesidad de descargarnos de todo aquello que creíamos poseer, pero que nos poseía. Desinflarnos, como suele hacerlo un globo aerostático que suelta su lastre para mejor proseguir su ruta libre hacia las alturas. Descargarse, sí: un imperioso impulso, o instinto hacia el liberador despegue de la tiranía de lo dado; una suerte de desapego que no es indiferencia, sino el mismo portalón del amor.
Liberarse es habitar el mundo y, más aún: despedirse del mundo con lo puesto.
Soltarse, sí -entre alivios y dolores- de una realidad fingida, aunque presentada y re-presentada como lo real. Liberarse de la realidad falseada, de la posesión ilusoria de un ego que el mismo viento desvanece. Liberarse supone tener el valor de detenerse y tener el valor de mirar nuestra falsa realidad revestida de verdad, pues falsa es toda construcción mental que se resiste a ser soñada y vivida. Sentarse en silencio, entornar la mirada a mis adentros, en un esfuerzo por captar lo invisible, es mi propuesta.
Mas, curiosamente, nuestra inconsciente sed de sentido perdura incluso cuando, saciados del placer que causan los objetos, estos van perdiendo progresivamente la capacidad evocadora que durante un tiempo nos colmó, y el gozo, entonces, se torna en indiferencia, o en hastío. Ya sabes –te dicen los pragmáticos adaptados- esa es la vida, esto es lo que hay, tan sólo objetos…
Alienados por esa idolatría, caímos un tiempo en el delirio de que la alegría que suscitaron los objetos se encontraba dentro de ellos mismos, como si fueran los artesanos de la plenitud que nuestro corazón suele encender e iluminar. Pero en la quietud plena, de la que brota el valor de afrontar el dolor sin rehuirlo, vemos que en el fondo de lo fondos la verdadera paz existe, pura, ilesa, no subordinada a objeto exterior alguno, porque la auténtica dicha tiene en sí su propia razón de ser, su vida propia, su autonomía.
En el corazón del silencio liberador que rompe los muros de nuestra soledad, podemos comprobar que la paz real se halla en nuestra más honda entraña, porque el sonido de su salvaje soneto ha decidido sonar, cantar, allá en su más profunda arteria, en un canto que alberga el infinito.
Es verdad, lector amigo, que puedo ser pobre de objetos, pero también te digo, y muy en voz alta, que no es menos verdad que puedo estar borracho de eternidad. Y sin remedio. Lo sé. Y para saborear tal borrachera, regalarla, decirla y escribirla, hemos nacido. Es que que lo demás no tiene objeto.
Extracto de mi trabajo «AROMAS DEL ZEN» Rafael Redondo, Desclee de Bouwer.
Rafa Redondo

 

 

 

Música – Blessed we are