cuando el alba asoma en la frescura sus rayos por las ramas
y se hacen plata y luz sus hojas.
En lo más profundo del Zen existe el hecho natural de la compasión, un amor ausente de todo sentimentalismo; una especial ternura por los seres humanos «que – decía mi maestro Erich Fromm- sufren y perecen, debido a los intentos mismos que hacen por salvarse». Quien practica el Zen y no ama intensamente, no hace verdadero Zen. Pero quien lo practica de verdad constata no sólo su propia Unidad con lo creado, sino que la mayoría de las gentes ha olvidado que nacieron artistas de la vida, y que, como señala Suzuki, «tan pronto como comprendan este hecho y esta verdad, se curarán de las neurosis…».
Ser un «artista de la vida» significa que el individuo expresa en cada uno de sus actos su capacidad creadora, su personalidad viva; no tiene el yo encasillado en su existencia fragmentaria y restringida. Ama de verdad, porque a nadie quiere atrapar, ni atrapar se deja.