Te ha sido dado, a tí, escultor, artista de la Vida,
el don de vaciar la coraza del frío roquedal, a la par que tú también te vaciabas. Te pusiste a horadar sin descanso. Hasta des-cubrir, ya ves, un palpitante corazón de carne en el seno de la piedra.
Y, no sin asombro, hallaste que era el corazón del universo el que ansiaba el cobijo de tus manos sudorosas.
El corazón del Todo en todos, libre ya de la coraza pedernal. Tan templado y Vacío, igual que tu aun ardiente buril.
Mientras donabas tu hermoso hallazgo al mundo, ese estremecido corazón descansaba en el colchón de nuestras lágrimas agradecidas.
R.R.
No son millares –escribe K.G. Dürckheim- sino millones, los que han traspasado la muerte y, en el colmo de la angustia y frente a la inminente aniquilación, han sentido y degustado lo inaniquilable. Son millones los que han conocido el abismo y la desesperación ante lo inconcebible y, al borde de la locura, han sentido al Incomprensible. Millones que han vivido el abismo de la indefensión y han sentido el cálido refugio del que todo lo abarca.
Llegar a contemplar la luz en la más densa ceguera,
incluyendo el vacío del vibrante cuenco del zendo.
En la caverna, allá donde el hecho de no ver
se transmuta en visión.
La nueva visión
de una antorcha que, incluso ya apagada,
mantiene encendida su frágil mecha.
Es la nueva visión que comporta el cambio de sentido del vivir, la exigente transformación más allá del dolor y de la muerte; el viraje del rumbo más allá de la conciencia objetiva, más allá de las obras virtuosas de quien pretende transformar el mundo sin incluirse a sí mismo en esa mutación.
El encuentro con el Ser comporta un proceso de muerte y vida, de sombra y luz. Porque nuestro destino es despojarnos del ego para hacernos luz, desnudarnos en la luz….mejor decirlo a acudiendo al poema
Desnudarse en la luz, bañarse en ella,
sumergirse en su voz vacante de palabras…
Tiene la luz, su deuda con lo oscuro
porque ella es resplandor y oscura nada…
No tienes cuerpo, oh, luz, tampoco sombra;
jamás hallaste tú en la clara aurora
dónde albergar los senos de tu Noche,
ni esconder los rescoldos de tus ascuas.
Ya que eres, a la vez, umbra y lumbrera,
ocaso y alborada, noche y día,
derrite ahora en tu antorcha mi ceguera
y en ese limpio abrazo con tu umbría,
elévame a tu fuego sin fronteras,
donde el fulgor estalla en Alegría…
Yo espero, todavía,
que, al brotar de las brumas tu Ternura,
tú te hagas hoy soneto y partitura…
Música: When the snow melts – Phil Cunningham